sábado, 29 de agosto de 2009

La novia de Luis Pardo


El pan y la palabra deben compartirse siempre con generosidad
Reyna Verónica Solórzano Vidal
Huaraz

¡Luis Pardo, estoy aquí!
Vine tras tus huellas, el chasquido de los cascos de tu fiel Duke me ha guiado a través de los pajonales, pedregales y riachuelos, por donde sueles cabalgar en ese afán tan tuyo de llevar oportunamente el pan; para saciar el hambre que sigue clamando tu pueblo. Donde otros que ya no son hacendados aún beben de sus lágrimas y se adueñan todavía, inconsultamente de sus sueños y esperanzas.
He venido por ello a compartir contigo ese gran amor por el oprimido, que cautivó mi corazón desde muy pequeña, cuando escuchaba las historias de tantas hazañas tuyas, en esa causa de la que hiciste tu mejor propósito de vida que te valió el título de “Justiciero Social”, “Benefactor de los pobres, con los que siempre sintonizo. Solidarizándome íntegramente con tus ideales, oraba fervientemente solicitando protección divina para ti cuando te creía permanentemente perseguido.
Con la ingenuidad de mis años infantiles, manejaba la fantasía de que yo era tu novia, y que vendrías por mí cuando cumpliera los quince años a darme una serenata muy romántica para luego raptarme y llevarme raudamente rumbo a tu hacienda “El Gran Pancal”.
Solía jugar que cabalgaba junto a ti montada en mi “caballo” que era nada más y nada menos que mi perro Argos, enfundada en el correaje y las pistolas de juguete de mi hermanito Loncho, con mi sombrero de jipe muy a tu estilo… a la pedrada, que lo tomaba prestado de mi fiel empleada Santa,… íbamos a galope correteando a los hacendados para pedirles “amablemente” que colaboren con los pobres devolviéndoles lo que les habían quitado.
Lo más gracioso era cuando en casa a veces me castigaban por alguna travesura; lanzaba tamaña amenaza: “espérense nomás; ya verán cuando venga mi novio Luis Pardo, les dará su merecido”. Recuerdo que cierta vez mi hermano mayor le arrancó la cabeza a una de mis muñecas más queridas. Entonces le dije: muy enojada y entre sollozos. “Esto no se queda así, le voy a contar a mi novio Luis Pardo para que te dé tu buena pateadura por abusivo”.
El riendo a carcajadas me contó con soltura una verdad tan amarga que estaba muy lejos de imaginar. Socarronamente me dijo, “mira nena,… en primer lugar tu famoso noviecito está bien muertito desde hace muchos años, en segundo lugar aún si viviera no podía ser tu novio pues tendría más de cien años y lo que es peor aún por su gran fama de mujeriego y rebelde ja ja ja”.
No podía creerlo, que dolor sentí ante tan cruel revelación, una vez más en mi corta vida veía caer en mil pedazos al ídolo de mis sueños, cabizbaja y con el corazón enlutado, me fui a llorar a la vicharra de mamá, donde solía hallar consuelo a mis penas, allí mi dulce nana Santa secó mis lágrimas y me dijo que no todo lo que me había dicho mi antagónico hermano era cierto y sentándome en sus rodillas me prometió que un día me contaría las verdaderas historias de Luís Pardo.
Paradójicamente el personaje para muchos era lejano, mientras que yo podía mantenerlo cotidianamente presente, con la magia de la creatividad infantil, estimulada permanentemente por los adultos de mi entorno familiar, que siempre compartían aquellas historias increíbles de nuestro protagonista. Por ello creo sin temor a equivocarme; que también pudo inspirar análogos sentimientos en otras personas con similares sensibilidades.
Años más tarde le comenté este acontecimiento a mi querida profesora Dora Zavaleta, la misma que me explicó con claridad que ya desde entonces tenía cualidades innatas para la Literatura y que esas fantasías infantiles no eran utopías “Allí tienes a Dante Aligieri en “La Divina Comedia”, el personaje principal Dante acompañado de Virgilio buscan a una niña de 9 años por el cielo, purgatorio y demás; Kafka en “La Metamorfosis”, convierte a Gregorio Samsa en un insecto; Carrol Lewis en “Alicia en el País de las Maravillas”, hace diminuta a Alicia para que pueda dialogar con los animalitos pequeños, Selma Lagerlof en su cuento “El Maravilloso Viaje de Nils Olgersen”, hace viajar a su protagonista montado en un pato salvaje” para que conozca las grandezas de Suecia.
Ahora cien años después de su infausta muerte, venimos aquí a rendirle homenaje, es curioso pero en mi parecer los hilos del destino se mueven y las cosas suceden mágicamente, nunca me hubiera imaginado siquiera recibir aquella invita-ción de AEPA, para realizar un sueño tan anhelado desde mis años infantiles.
Increíblemente voy rumbo a Chiquián por vez primera, mientras el camino va abreviando las distancias y “el espejito del cielo” se divisa en lontananza, cada Apu parecía saludarme celebrando mi llegada, con cierta complicidad, el Waywash y el Yerupajá me hacen un guiño misterioso y desde las alturas el cóndor curioso sigue mi paso…mientras yo siento que en cada recodo del camino ha de aparecer mi amado Lucho.
Ya en la simpática plaza del pueblo, el señor alcalde nos hace esperar los caballos ensillados, emocionada tomo las bridas del hermoso alazán y ¡arre!…nos dirigimos a Pancal, desafiando a la lluvia y a los truenos, luego de cabalgar tres horas y media por escarpadas cumbres, lidiando con la bruma y los matorrales espinosos… ¡al fin! pude divisar el famoso fundo de Pancal.
La ansiedad que me embargaba me hacía descender la cuesta velozmente, de pronto escuché una voz tan fuerte y enérgica como río embravecido en crecida de marzo, apuré el paso y al galope… con el corazón agitado por fin llegué… ¡allí estaba él¡ se apeó del caballo, y se acercó a mí con esos pasos de fuego! con sus botas gigantes y sus espuelas de plata, poncho de vicuña, sombrero a la pedrada y su amada pañueleta alrededor de su cuello, guapísimo con su bigote espeso, mi cushuroñawi… con su mágica mirada… ¡ah su sonrisa! ésa sonrisa que desvestida la boca dejaba al descubierto sus dientes tan blancos, como choclos de mayo y en sus manos... traía un manojo de flores de cantuta las más lindas que en mi vida conocí, me las ofreció con una graciosa reverencia, yo no podía creerlo temblaba como espiga de trigo en vientos que alejan las lluvias, más aún cuando él silbando un romántico huaynito, empezó a colocar cada una de las bellísimas cantutas en mi sombrero; tuve sus grandes ojos mirándome fijamente, de pronto me perdí en la profundidad de su mirada.
Avasallada por sus fuertes brazos sentí que me besó tan cálidamente como lo había soñado toda mi vida, y yo en medio de tanto gozo le entregué la miel que había guardado celosamente para él; mientras las aves, los vientos y los árboles danzaban festejando nuestro encuentro, digno de la envidia de los protagonistas de “Lo que el viento se llevó”... y nosotros eufóricos danzábamos, yo sentía que ese ser casi divino me hacía volar por el éter.
Cuando de pronto oí unas voces amigas ¡eran Danilo, Américo, Áureo y Filomeno! quienes me acompañaron en esta aventura, tratando de reanimarme… pues entre el cansancio, el soroche y más de pura emoción; ¡me había desmayado!
Chiquián, 04 de enero de 2009
Verónica Solórzano Vidal (Huaraz – 1964) Quinta de 10 hermanos, En los primeros años de la infancia fueron sus padres quienes alimentaron su creatividad y en la primaria fue su profesora Dora Zavaleta Alegre, haciendo que participe en programas infantiles como: “El Tío Donald”. Asimismo participa en el grupo Teatral “Telón 5 de Huaraz”. Es miembro de la PNP. Ha publicado el libro “Cuando el deber me llama” (2007), Su obra teatral “El valiente de Tarapacá” se estrenó en el teatro Canout en el 2007 y en ese mismo año estrenó su obra “Santa Rosa de Lima”. Ha participado en el encuentro internacional de Cuenca- Ecuador (2007), Es miembro de AEPA y participa en todos los encuentros literarios.

martes, 25 de agosto de 2009

Amor de niño - Antonino Vidal


Desde la ribera azul
de mis sueños de niño,
te declaré mi amor
cargado de inocencia.

Desde ese mundo
de los cuentos de hadas,
recuerdo que me dabas
una luna y una estrella.

Recuerdo muy bien
tus besos y caricias,
diciendo que me amabas
y que era tu príncipe azul.

Recuerdo que llegaba a tu casa,
con mi terno dominguero,
portando panes y fruta
que despertaban tu alegría.

Me servías manjar blanco,
me contabas muchos cuentos,
y entre dulce y dulce,
me besabas a tu antojo.

Esos besos que me diste,
señorita dulce y bella,
los tengo aún guardados.
Tú dirás si te los devuelvo

o los guardo para siempre.

Pequeña mesa en Parco - Américo Portella


Limpio el mantel de bayeta, de contornos lejanos,
con flecos en cocados y de amor trenzado,
estirándose en el vuelo simple de una hoja,
con el recado del sin tornaviaje.

¡Pequeña mesita!, fiel y resplandeciente,
con el desfile oloroso de sabores
y el poder jubiloso que tenía allí la cena
en mitad de la clara tarde parquina.

En esa tierra, teclada de multicolores mariposas,
regocijábame en el candor de los abuelos,
al ritmo de cantos y centellas que iluminan cielo y noches,
haciéndome soñar ese rostro solariego de Parco.

¡Ah!, los abuelos, con el sentimiento más dulce,
eran los que marcaban la armonía,
retrocedían sus ánimos en distantes tiempos
para involucrarse en mis bullangueros retozos.

No tenía competidores en el batir de huevos,
eran momentos de alardes chispeantes,
que se colmaban en la mesa, y no sé qué cosas más
para luego disfrutar el espumante ponche.

Quisiera escribir festejante algo de aquella mesa
por ejemplo las graciosas formas de los buñuelos sabrosos,
quisiera decir de las humitas y las cachangas
que muy bien conversaban con el café negrito.

Y al frente, la rigurosa mirada fraterna que aquietaba,
sensibilizando la consabida timidez,
entonces buscaba el refugio certero
que contrastaba la afable mirada de mi madre.

El recuerdo se agita como multitud de pájaros,
que toman vuelo desde el centro de la mesa,
estallan los recuerdos que un día agrietaron
la cáscara de la infancia viajera en el tiempo.

Algún día imprimiré un poema
que empiece a la orilla del mantel,
se extienda por todo el tendido
y que se agite en el corazón del recuerdo.

Américo Portella Egúsquiza

Club Piscobamba, enero 1998.

lunes, 24 de agosto de 2009

¿Por qué escribo? ¿Para qué escribo?

Cronwell Jara

Hace poco oí decir a un amigo que escribía por rabia, que sólo la rabia, el odio, el rencor, lo movían a hacer literatura; a crear obras hechas por el arrebato y el aliento criminal de la venganza; a inventar cuentos donde podía matar a sus personajes, no pudiendo matar a los reales; sintiendo que su literatura era un arma, una granada poderosa hecha para despojar vidas con el mayor odio posible. Y entonces me dije: ¿Por rabia, por odio, por celos, por envidia, por rencor, sólo con estas pasiones podría yo escribir? ¿También a mí me impulsa el odio, sólo la rabia para escribir?
No. De ninguna manera.
Primero, escribo por amor a la vida. Vivir me gusta. Go¬zar, escribiendo, me gusta. Escribo por amor a la naturaleza, a las aves, a los peces; para mí los ríos hablan, piensan, sueñan; las lagunas hablan, poseen memoria, cuentan fábu¬las y son como los niños o los sabios abuelos: a las lagunas, lo sé bien, les encanta también oír historias, como caminar o dormir al pie de las montañas también habladoras. Entonces, así como escribo porque amé a una mujer o a muchas muje¬res, escribir me gusta.
Luego, el gusto de escribir porque me gusta escribir. Como amo la vida.
De ahí que escribo por un consciente o inconsciente na¬tural sentido de justicia en este mundo donde reina lo injus¬to, el atropello, el odio irracional, la prepotencia, la canalla¬da; escribo con la intención de desenmascarar cosas, de des¬entrañar intrigas, tratando de retratar lo ruin, lo hediondo, las bajas pasiones, los rencores, las frustraciones; tanto co¬mo las ilusiones, las esperanzas, los sueños de quienes na¬cieron acaso con el destino torcido y no serán escuchados en un auditorio como éste. Escribo porque mi más caro sueño es que mi literatura sea como un espejo de los hombres, donde nos veamos por dentro y por fuera; como niños y como viejos. Como actores de una obra, en una historia fabulosa, dramática, tierna, conmovedora, y que a todos atrape, cau¬tive, guste.
Escribo porque hay un Perú que es una gran nación hecha de muchas nacio¬nes en sus selvas, sierras y costas, con una complicada historia, hecha día a día, minuto a minuto, de la que hay que ha¬blar, tratando de explicármela, reflexio¬nando, maldiciendo, amando, renegando; esperanzado, admirado, sorprendido, ilu¬sionado; riendo, llorando o aplaudiendo por lo que aquí ocurre. Con más pesadi¬llas que con ilusiones logradas. Con más derrotas que con victorias. Con tanta heri¬da y con tanta sangre, como agua de ríos. Porque la gente por todos lados se mata. Pareciendo, a veces, que estamos hechos más de odio que de amor. Como de menos amor y más deseo de venganzas…