martes, 25 de agosto de 2009

Pequeña mesa en Parco - Américo Portella


Limpio el mantel de bayeta, de contornos lejanos,
con flecos en cocados y de amor trenzado,
estirándose en el vuelo simple de una hoja,
con el recado del sin tornaviaje.

¡Pequeña mesita!, fiel y resplandeciente,
con el desfile oloroso de sabores
y el poder jubiloso que tenía allí la cena
en mitad de la clara tarde parquina.

En esa tierra, teclada de multicolores mariposas,
regocijábame en el candor de los abuelos,
al ritmo de cantos y centellas que iluminan cielo y noches,
haciéndome soñar ese rostro solariego de Parco.

¡Ah!, los abuelos, con el sentimiento más dulce,
eran los que marcaban la armonía,
retrocedían sus ánimos en distantes tiempos
para involucrarse en mis bullangueros retozos.

No tenía competidores en el batir de huevos,
eran momentos de alardes chispeantes,
que se colmaban en la mesa, y no sé qué cosas más
para luego disfrutar el espumante ponche.

Quisiera escribir festejante algo de aquella mesa
por ejemplo las graciosas formas de los buñuelos sabrosos,
quisiera decir de las humitas y las cachangas
que muy bien conversaban con el café negrito.

Y al frente, la rigurosa mirada fraterna que aquietaba,
sensibilizando la consabida timidez,
entonces buscaba el refugio certero
que contrastaba la afable mirada de mi madre.

El recuerdo se agita como multitud de pájaros,
que toman vuelo desde el centro de la mesa,
estallan los recuerdos que un día agrietaron
la cáscara de la infancia viajera en el tiempo.

Algún día imprimiré un poema
que empiece a la orilla del mantel,
se extienda por todo el tendido
y que se agite en el corazón del recuerdo.

Américo Portella Egúsquiza

Club Piscobamba, enero 1998.

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