jueves, 3 de septiembre de 2009

El amor a los libros

Julio Ramón Ribeyro
Alfredo González Prada cuenta que su padre, don Manuel, sentía por los libros un respeto casi religioso, al extremo que era incapaz de subrayarlos o trazar notas marginales. Se contentaba con redactar largas tiras de comentarios que añadía cuidadosamente al final de cada libro leído. Todo ello indica que don Manuel no amaba a los libros, sino que era un “respetuoso” lector.
En realidad, existe un amor físico a los libros muy diferente al amor intelectual por la lectura. Por lo general, el gran lector no ama los libros, así como el don Juan no ama a las mujeres. El gran lector coge los libros conforme caen en sus manos, los usa y los olvida. El amante de los libros, en cambio, los ama en sí mismos como cuerpos independientes y vivos, como conjunto de páginas impresas que es necesario no solamente leer, sino palpar, alinear en un estante, incorporar al patrimonio material con el mismo derecho que al bagaje del espíritu. El amante de los libros no aspira solamente a la lectura sino a la propiedad. Y esta propiedad necesita observar todas las solemnidades, cumplir todos los ritos que la hagan incontestable.
El amor a los libros se patentiza en el momento mismo de su adquisición. El verdadero amante de los libros no tolera que el expendedor se los envuelva. Necesita llevarlos desnudos en sus manos, irlos hojeando por el camino. Meter los pies en un charco de agua, sufrir todos los trastornos de un primer encantamiento. Llegando a su casa, lo primero que hará será grabar en la página inicial su nombre y la fecha del suceso. Porque para él toda adquisición es una peripecia que luego será necesario conmemorar. Con el tiempo dirá: “Hace tantos años y tantos días que compré este libro”, como se dice: “Hace tanto tiempo que conocí a esta mujer”.
Cumplido este requisito, el amante de los libros cogerá el primer objeto que encuentre a su disposición -sea regla, tarjeta u hoja de afeitar- y comenzará a cortar las páginas del libro y lo irá leyendo progresivamente con vehemencia, con sobresalto; como se ama a una novia conforme se la va descubriendo. Y durante el proceso de la lectura no resistirá ninguna tentación. Lo cubrirá de caricias y rasguños. Las páginas se irán cubriendo de “ojo” admirados, de objeciones marginales a sus ideas atrevidas, de interrogaciones a sus párrafos oscuros. Y solamente así -después de haberlo hecho viajar en tranvía, después de haberse introducido con él en la cama- podrá decir que ha leído ese libro, que lo ha poseído, que lo ha amado.
Es por ese motivo que el amante de los libros es intolerante con los libros ajenos. Leer un libro ajeno es como leerlo a medias. Si el libro es nuevo el lector necesitará observar cierta cortesía -forrarlo, probablemente- necesitará, además ser condescendiente con sus ideas, aceptar políticamente algunos puntos discutibles, combatir de continuo sus impulsos voraces y contentarse, por último, a dar aquí y allá un ligero toquecito a fin de no hacer ostensible, a ojos del propietario ese abuso de confianza. Si el libro prestado es viejo y releído la situación varía radicalmente. El lector se enfrentará a él con la animosidad, con el escepticismo de quien se apresta recorrer una floresta ya explorada, de la cual se ha recogido sus más sabrosos frutos. Cuando más, se limitará a descubrir algún rincón oculto que pasó inadvertido al propietario y en el cual pondrá el regocijo de un verdadero hallazgo.
Por esta misma razón, el amante de los libros no puede frecuentar bibliotecas públicas. El acto le parecerá tan humillante y pernicioso como visitar las casas de tolerancia. Los libros puestos a disposición de la comunidad son libros indiferentes, son libros fríos con los cuales no nace un acto de verdadero amor, no se crea relación de confianza. Frente a ellos, solamente, podrá a veces practicarse algún acto de brutalidad, como arrancar una de sus páginas. Hay gente, sin embargo, que solo lee en las bibliotecas públicas y eso revela, en el fondo, una profunda incapacidad para amar.
Un libro leído y amado es un bien irremplazable. Al gran lector no le pesará perder o regalar un libro suyo porque podrá adquirir otro idéntico. Para el verdadero lector no existen libros idénticos, por semejantes que sean. Cada libro es para él una amistad con todas sus grandezas y sus miserias, sus disputas y sus reconciliaciones, sus diálogos y sus silencios. Al releer estos libros -el amante es sobre todo un relector- irá reconociendo sus horas rendidas, sus viejos entusiasmos, sus dudas inútiles. Un libro amado es un fragmento de vida, Perdido el libro, queda un vacío en la memoria que nada podrá remplazar. Los verdaderos amantes de los libros inscriben su vida en ellos. Se podría adivinar el carácter de una persona, se podría incluso trazar su biografía, examinando no solo qué libros ha leído, sino cómo los ha leído.
El amor a los libros, como toda pasión violenta, está sujeto a una serie de arbitrariedades. A menudo, por atención al formato se es injusto, se es injusto con el contenido. Es frecuente tener a nuestra disposición durante muchos meses un libro sin que nos dignemos a abrirlo porque su encuadernación nos produce una viva antipatía. Un amigo me confesaba que durante mucho tiempo Stendhal le pareció un mal escritor, porque la edición de Rojo y negro que tenía era una edición vulgar, mal vestida, plena de errores tipográficos. Pero le bastó ver la misma novela en una bella vitrina ataviada no se sabe para que feria, para que de inmediato cobrara por ella una simpatía irresistible. La consiguió, naturalmente, y hasta la fecha –la novela- no la ha quitado de su cabecera.
Esto no quiere decir que el amante de los libros se deje seducir por el lujo. Para él, una edición áspera al tacto, una edición plebeya será tan inadmisible como una en papel Holanda. Hay libros que por su insolente belleza intimidan: su forro de piel, el oro que recarga su superficie nos indican de inmediato que debe tratarse de un libro caro, de un libro incómodo y difícil de usar, al cual no podremos, por ejemplo, poner en la mesa de un restaurante sin que corra el peligro de mancharse. Despertaría, además, la codicia de nuestros amigos, y no faltaría uno que lo pidiera prestado por una noche y no lo devolviera jamás.
Un libro, para ser amado, necesita poseer otras y más delicadas cualidades. Necesita, en realidad, un mínimo de decoro, de gusto, de misterio, de proporción; en suma, aquellas cualidades que podemos exigir, discretamente, en una mujer. Por esta razón es que entre las mujeres y los libros existen tantas secretas correspondencias. Hay libros que terminan sus vidas solitarios, que jamás encuentran un lector. Hay lectores que jamás encuentra su libro.
Diario “El Comercio”. Lima, 14 de julio de 1957.

405 comentarios:

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Unknown dijo...

Este texto nos da mucho que pensar sobre todo en las comparaciones que el autor hace de los libros voy las mujeres, en mi opinión si puede importarte la parte externa del libro pero no tanto como lo que hay dentro porque es ahí de donde uno pues nutrirse de información o meterse en la historia sea lo que sea que estés leyendo, siempre habrá un libro para cada y tarde o temprano lo vas a encontrar.

Sebastián R. Pinado Vargas dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Sebastián R. Pinado Vargas dijo...

La lectura nos muestra de como una persona se vincula fuertemente con un libro al momento de adquirirlo , mostrándonos sus hábitos , costumbres y el amor mutuo entre ello.
Dejándonos un gran mensaje , muchas personas juzgan un libro por sus detalles físicos y portada , sin siquiera haber leído el contenido que es lo más importante .
Creo yo que pará poder llegar a entender por completo el amor de una persona hacia los textos literarios , primero necesitáriamos ser un "Amante de los Libros".
Sebastián Pinado Vargas - UJBM 2"B"

Daniela Sosa dijo...

En la lectura nos da a entender que para el amantes de los libros no hay dos libros iguales aunque sean de la misma edición, ya que él verá en uno los momentos que vivió con este y con el otro no. Su pasión por los libros es más que nada los recuerdos que creo con estos, los sentimientos a flor de piel que le produjo leerlo por primera vez.
Muchos nos sentiremos identificados a tener cierto apego y cariño a los libros que tiene en sus estanterías más que nada por los recuerdos que cada uno guarda entre sus páginas.
Daniela Sosa, UJBM 2B

Anónimo dijo...

La lectura nos da a entender como una persona puede quedar sujeta a un libro ”haciéndolo suyo” desde el momento en que lo adquiere sin dejarse llevar por una simple portada. Amar un libro no solo es amar el físico que este posee sino amar las palabras y el mensaje que lo componen.

Nadie nos obliga a amar un libro lo hacemos porque nos gusta y porque en sus páginas se guardan nuestros recuerdos.

PALOMINO CRUZ, GIUSEPPE NICOLAZ/ UJBM-2°B

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