Cronwell Jara
Hace poco oí decir a un amigo que escribía por rabia, que sólo la rabia, el odio, el rencor, lo movían a hacer literatura; a crear obras hechas por el arrebato y el aliento criminal de la venganza; a inventar cuentos donde podía matar a sus personajes, no pudiendo matar a los reales; sintiendo que su literatura era un arma, una granada poderosa hecha para despojar vidas con el mayor odio posible. Y entonces me dije: ¿Por rabia, por odio, por celos, por envidia, por rencor, sólo con estas pasiones podría yo escribir? ¿También a mí me impulsa el odio, sólo la rabia para escribir?
No. De ninguna manera.
Primero, escribo por amor a la vida. Vivir me gusta. Go¬zar, escribiendo, me gusta. Escribo por amor a la naturaleza, a las aves, a los peces; para mí los ríos hablan, piensan, sueñan; las lagunas hablan, poseen memoria, cuentan fábu¬las y son como los niños o los sabios abuelos: a las lagunas, lo sé bien, les encanta también oír historias, como caminar o dormir al pie de las montañas también habladoras. Entonces, así como escribo porque amé a una mujer o a muchas muje¬res, escribir me gusta.
Luego, el gusto de escribir porque me gusta escribir. Como amo la vida.
De ahí que escribo por un consciente o inconsciente na¬tural sentido de justicia en este mundo donde reina lo injus¬to, el atropello, el odio irracional, la prepotencia, la canalla¬da; escribo con la intención de desenmascarar cosas, de des¬entrañar intrigas, tratando de retratar lo ruin, lo hediondo, las bajas pasiones, los rencores, las frustraciones; tanto co¬mo las ilusiones, las esperanzas, los sueños de quienes na¬cieron acaso con el destino torcido y no serán escuchados en un auditorio como éste. Escribo porque mi más caro sueño es que mi literatura sea como un espejo de los hombres, donde nos veamos por dentro y por fuera; como niños y como viejos. Como actores de una obra, en una historia fabulosa, dramática, tierna, conmovedora, y que a todos atrape, cau¬tive, guste.
Escribo porque hay un Perú que es una gran nación hecha de muchas nacio¬nes en sus selvas, sierras y costas, con una complicada historia, hecha día a día, minuto a minuto, de la que hay que ha¬blar, tratando de explicármela, reflexio¬nando, maldiciendo, amando, renegando; esperanzado, admirado, sorprendido, ilu¬sionado; riendo, llorando o aplaudiendo por lo que aquí ocurre. Con más pesadi¬llas que con ilusiones logradas. Con más derrotas que con victorias. Con tanta heri¬da y con tanta sangre, como agua de ríos. Porque la gente por todos lados se mata. Pareciendo, a veces, que estamos hechos más de odio que de amor. Como de menos amor y más deseo de venganzas…
Hace poco oí decir a un amigo que escribía por rabia, que sólo la rabia, el odio, el rencor, lo movían a hacer literatura; a crear obras hechas por el arrebato y el aliento criminal de la venganza; a inventar cuentos donde podía matar a sus personajes, no pudiendo matar a los reales; sintiendo que su literatura era un arma, una granada poderosa hecha para despojar vidas con el mayor odio posible. Y entonces me dije: ¿Por rabia, por odio, por celos, por envidia, por rencor, sólo con estas pasiones podría yo escribir? ¿También a mí me impulsa el odio, sólo la rabia para escribir?
No. De ninguna manera.
Primero, escribo por amor a la vida. Vivir me gusta. Go¬zar, escribiendo, me gusta. Escribo por amor a la naturaleza, a las aves, a los peces; para mí los ríos hablan, piensan, sueñan; las lagunas hablan, poseen memoria, cuentan fábu¬las y son como los niños o los sabios abuelos: a las lagunas, lo sé bien, les encanta también oír historias, como caminar o dormir al pie de las montañas también habladoras. Entonces, así como escribo porque amé a una mujer o a muchas muje¬res, escribir me gusta.
Luego, el gusto de escribir porque me gusta escribir. Como amo la vida.
De ahí que escribo por un consciente o inconsciente na¬tural sentido de justicia en este mundo donde reina lo injus¬to, el atropello, el odio irracional, la prepotencia, la canalla¬da; escribo con la intención de desenmascarar cosas, de des¬entrañar intrigas, tratando de retratar lo ruin, lo hediondo, las bajas pasiones, los rencores, las frustraciones; tanto co¬mo las ilusiones, las esperanzas, los sueños de quienes na¬cieron acaso con el destino torcido y no serán escuchados en un auditorio como éste. Escribo porque mi más caro sueño es que mi literatura sea como un espejo de los hombres, donde nos veamos por dentro y por fuera; como niños y como viejos. Como actores de una obra, en una historia fabulosa, dramática, tierna, conmovedora, y que a todos atrape, cau¬tive, guste.
Escribo porque hay un Perú que es una gran nación hecha de muchas nacio¬nes en sus selvas, sierras y costas, con una complicada historia, hecha día a día, minuto a minuto, de la que hay que ha¬blar, tratando de explicármela, reflexio¬nando, maldiciendo, amando, renegando; esperanzado, admirado, sorprendido, ilu¬sionado; riendo, llorando o aplaudiendo por lo que aquí ocurre. Con más pesadi¬llas que con ilusiones logradas. Con más derrotas que con victorias. Con tanta heri¬da y con tanta sangre, como agua de ríos. Porque la gente por todos lados se mata. Pareciendo, a veces, que estamos hechos más de odio que de amor. Como de menos amor y más deseo de venganzas…
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